miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL DÍA QUE APRENDAMOS




El día que aprendamos
que la vida es una constante compañía.

El día que sepamos
que convencen más los sentimientos que las consignas.

El día que amanezca el mundo
irisando la poesía de las cosas
y la suave fortaleza del abrazo.

El día que el sol
y los latidos se acompasen  para todos.

Ese día.
las sonrisas y las flores,
las fuentes y las olas
y todo corazón desenmordazado,
nos harán sentir la música posible
de la libertad y la vida.

Y ese día, seguro,
las urnas se llenarán de “síes” y claveles,
sobrarán todas las banderas
y es muy posible
que se borren las líneas de los mapas.

Y todas las diagonales confluirán
en un necesario mañana de libertad y concordia.


jueves, 21 de septiembre de 2017

FE DE VIDA



No creáis que me he olvidado de vosotros. Sigo aquí , aunque me cuesta leeros y sobre todo comentaros.
Los problemas del ordenador siguen y tengo una duda existencial que me corroe: no sé si me timaron en una franquicia de ordenadores o fue directamente Windows. La única certeza que tengo es que el problema me va a costar una pasta gansa y la malsana zozobra de no poder acceder a la que viene siendo tu necesaria costumbre.
Me quedan ya poco vicios, pero este de comunicarme con vosotros,  me resulta difícil abandonarlo.
Ya veremos si la próxima semana estoy con vosotros.
Abrazos y besos.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Casa de citas. (XLIV)




Que el hecho más sencillo,
el primero y el último 
del mundo, fue querernos.

   ( PedroSalinas)


No he querido faltar a mi cita dominical, aunque fuese de tan rudimentaria manera.
Espero que los achaques de mi ordenador, se solucionen pronto.
Hasta pronto.











miércoles, 6 de septiembre de 2017

FIN DEL VERANO



Esta mañana el mar tenía  color de despedida. El sol tras hacer su aparición en la escena con toda la parafernalia del que se sabe protagonista de la representación, al comprobar la falta de espectadores dispuestos a rendirle pleitesía, se ha escondido avergonzado tras una nube, negándose en redondo a volver al escenario.

Una mujer recorre la playa solitaria, envuelta en la tristeza que acompaña a todas las despedidas y con la premura nerviosa del tiempo que se acaba.

Ya no quedan corazones pintados en la arena , que se troquelaron con la intensidad de deseos perentorios, pero que han durado menos que las promesas que daban color al sentimiento.

Las velas blancas se almacenan en la memoria y los barcos, abandonados de brisas, se alinean sumisos en la arena, esperando  que otro baño de espuma salobre, les vuelva al sentido de su existencia.

Las hamacas se apilan al refugio de sombrillas tintadas con el color pajizo de una flor agostada.

El chiringuito, anterior refugio de paladares resecos y oasis  en medio de la arena calcinada, tiene las sombrillas a media asta, llorando el luto del verano que se ha ido.

De los apartamentos se han arriado las banderas coloristas de las toallas , dejando las fachadas cerradas a cal y canto y con una soledad de vacío y humedad.

Los niños que hasta hace poco construían sus sueños en la arena, se asoman hoy a la realidad perentoria del horario preconcebido y la necesaria obligación.

En un rincón olvidado, que solo se recordará dentro de un año, ha quedado arrumbado el bolso de playa, contenedor de un mundo de objetos que solo tienen sentido cuando el calor agobia y el sol se hace pintor sobre los cuerpos.

El último libro del verano, lleva en su solapa el sello indeleble de una mancha de aceite, que no ha logrado ponerle moreno.

 Cuando algún día volvamos a releer ese libro, unos minúsculos granitos de arena y esa mancha en la portada nos hará saber que fue la lectura entretenida de algún verano con historia.

Cerca del paseo marítimo un autobús desembarca matrimonios mayores a la puerta de un hotel.

Las arrugas de sus rostros enseñan con trazos bien marcados, la historia pasada de  soles inmisericordes y pocas brisas marinas. Algunos, cruzan el paseo, arremangándose sus vestidos y pantalones y corren a la orilla para que la espuma les refresque sus pies ahítos de pasos y tropiezos, con la urgencia vicaria de las nuevas emociones. 

Y es que para algunos, hasta la aventura y la risa tienen cara de otoño.

Enfrente, el mar eterno y rumoroso, resguarda sus prodigios a la espera de nuevas ilusiones.